No nacen ni mueren, aunque hieráticas, solo fluyen.
Pero lo mío son los desiertos. Siempre quise ser desierto para observar la inmensidad. Que por mi lomo troten camellos, se escabullan fenecos, niños kanuris, tuaregs, o galope el río Colorado; me da igual.
Quise ser desierto porque a su lado el infinito no es nada. Majestuoso, solemne. Pero antes de todo eso hay que rodar mucho.
De momento no soy más que una de esas piedras californianas del Valle de la Muerte, trazando surcos, viajando, empujadas por espíritus indios, vagando solitarias.
Quizá algún día me prolongue como duna roja en Namibia y mi cresta... se la lleve el viento.
Las piedras no necesitan carisma para obnubilar los sentidos de cualquier horizonte sensible.
Las piedras... prefieren ser llamadas rocas.
2 comentarios:
A veces yo también creo que solo fluyo...
Ser desierto es ser silencio, eternidad, un milenio en un segundo.
A veces, a mí también me gustaría ser desierto ;)
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